José Luis Carretero
Kaos en la Red, 11/08/2011
Es curioso. Un día me levanté estatólatra. Me tomé un café, me di una ducha, abrí el libro que había comprado el día anterior en la librería La Malatesta, y me descubrí: había un capítulo entero dedicado a mi librito El bienestar malherido (accesible en www.solidaridadobrera.org, en el apartado de “Campañas”), concretamente un capítulo titulado “Nuevos errores” (el título ya lo dice todo). El libro era El giro estatolátrico, de Félix Rodrigo Mora.
No voy a discutir aquí todo lo que se dice en ese capítulo. Quizás lo haga en otra ocasión. Tampoco voy a contar historias personales que no vienen al caso. Sólo voy, como buen “estatólatra”, pero “con tronío”, a divagar entorno a un par de cosas que me llamaron la atención.
En primer lugar, Félix mantiene (y se lo he oído en otros sitios) que el Estado del Bienestar es producto del fascismo y que las luchas sociales no tienen nada que ver con su instauración. Es como decir que las vacaciones pagadas o los aumentos salariales son un producto de la patronal, y que las huelgas y el sindicalismo no tienen nada que ver con su génesis. Admitámoslo, a los puros efectos dialécticos, aunque sea mucho admitir. Lo que no me queda claro, entonces, es ¿para qué diablos luchó toda esa gente?, ¿qué obtuvo? Miles de personas asesinadas, torturadas, exiliadas, millones de toneladas de sangre derramada… no consiguieron ningún tipo de mejora. Llegó el fascismo y ¡zas!, los engañó a todos. La historia del movimiento obrero, así, parece simple y llanamente un gigantesco error, una mascarada, casi una conspiración de toda esa hidra “liberal” tan increíblemente lista, que lleva siglos mandando sin oposición. Hasta ahora, por supuesto, que ya contamos con los libros de Félix.
Luego, sinceramente, me parece que Félix, en lo práctico, no se termina de aclarar: nos dice que si “se suprimiera el Sistema Nacional de Salud (…) existiría una alta probabilidad de que se creasen servicios autogestionados de salud”, pero en otra parte del libro anima a luchar contra el copago y las privatizaciones, lo que es ampliamente contradictorio con el espíritu del conjunto del texto ¿En qué quedamos? Más bien parece que, ante lo endeble de la tesis principal, se incluye alguna que otra frase puntual que permita defender que no se está diciendo aquello que es corolario lógico de todo lo que se dice.
Porque, claro, si derribando el SNS la autogestión campará a sus anchas, se extenderá y cubrirá a toda la población proletaria (¡uy, perdón por el palabro “proletaria”, debe de ser un deje del pútrido “obrerismo”, casi tan malo como la “estatolatría”!), así, sin esfuerzo ninguno, y sin que millones de personas sufran en sus carnes el quedarse ayunos de toda asistencia sanitaria, y se vean abocados a la enfermedad, el dolor y la muerte; deberíamos apoyar las privatizaciones, ¿no? ¡Que se queden los viejecitos sin pensión ni centro de salud público, que seguro que se autogestionan ellos solos, así, tal cual! No es por ser borde (ni estatólatra), pero lo cierto es que la realidad actual (y no la literatura etnográfica, que siempre es muy sufrida) de lugares sin asistencia sanitaria pública suficiente como Somalia o Haití, no invita a pensar que una cosa lleva a la otra necesariamente… salvo en la preclara mente de Félix y sus aherrojados seguidores.
Yo el caso es que pienso que si se quiere luchar por la autogestión de la salud habrá que extender los conocimientos médicos y sanitarios entre la población, y procurar mecanismos autogestionarios y de control popular de los centros de salud de los barrios. Y, para ello, lo primero que habría que hacer es defenderlos con uñas y dientes de la privatización y la especulación neoliberal (¡uaargg, otro palabro, este usado para “acallar las conciencias” y no sé cuantas cosas más!).
Así que, si de lo que se me acusa, en definitiva, es de defender que los viejos tengan pensión y puedan dejar de trabajar (para algo lo han hecho toda su vida); que haya centros de salud donde no tengas que pagar (más); que todos los niños y niñas aprendan a leer y escribir, y alguna que otra cosa más que les alcancemos a enseñar los “educadores-mercenarios”, que esa es otra (y no sólo los hijos de los ricos); pues la verdad es que sí. Que soy estatólatra. ¡Mira que pasarme la vida entera sin saberlo!
Pienso que Capital y Estado están íntimamente relacionados, es cierto, pero precisamente por ello, creo que sólo la democratización y autogestión de los centros de producción y de vida colectiva puede constituir otro tipo de sociedad. Que no es retirándose a una cueva o a un convento como se puede levantar el armazón de un mundo nuevo. Que el barrio o el municipio tome los centros educativos o los ambulatorios. No abolamos nuestro propio poder de clase (¡jó, otro palabro!) escondiéndonos en un rincón apartado, pero muy “puro”.
Y eso nos lleva a una diferencia esencial con respecto a lo que afirma Félix. Hay quienes (seremos por ello estatólatras, o quizás cosas peores) no soportamos ni la metafísica ni la mística espiritualista. Intentamos ser profundamente materialistas, en el sentido filosófico del término, con todo lo que ello implica: hedonismo, nominalismo, epicureísmo cuando no defensa de los cirenaicos, ateísmo, etc. El idealismo filosófico de Félix es casi proverbial. Ahí está el odio al cuerpo y a la carne, al mundo material (“impuro”, “pancista”, “garbancero”) y la afirmación de la superioridad del espíritu y lo inasible (“el servicio desinteresado”). Una narrativa profundamente religiosa. Que, entre otras cosas, le lleva a considerar el capitalismo como un asunto “de ideas” o de textos, y no de intereses reales de seres humanos concretos. Así, los “liberales” defienden determinados conceptos (“el Estado”, “el trabajo”, etc.) que pasan a estar contaminados por ellos más allá de cualquier análisis táctico de la situación concreta (quien, en el paro, reivindica un trabajo, no sería más que un colaborador del Mal, como quien reivindica un centro de salud público, ante la inexistencia de alternativas). Claro, lo bueno es que “el mundo de las Ideas” necesita de buenos intérpretes que sepan jugar con ellas y combinarlas en bonitas conjunciones, y no de intervenciones prácticas en lo real (que siempre son, de una manera u otra, “impuras”). Ahí aparece Félix.
Ahora bien, lo mejor del capítulo que me dedica es, sin duda, la nota al pié número 58, en la que manifiesta su perplejidad porque en otro libro mío (Entender la descentralización productiva, ¡hay que ver que propaganda me hace este chico!) celebro las luchas de los trabajadores del Metro de Madrid contra su empresa (estatal y pública). No sé si dichos trabajadores estarán tan perplejos como él, dado que tengo el honor de conocer a los más combativos desde hace algunos años y no me han dicho nada al respecto; pero lo que sí me parece contradictorio es su planteamiento, ¿para qué debían, según él, luchar estos trabajadores? ¿Para exigir la privatización de la empresa? ¿Para pedir “servir desinteresadamente” a todos los madrileños? Si les dan algo, ¿no será que la patronal quiere y le interesa, y les está engañando? ¿No debían rechazarlo?
En fin, que no termino de entender toda esta maraña. Será que soy un “estatólatra” irrecuperable, un “hedonista” incorregible, un “obrerista” pútrido.
Vamos, que defiendo una sociedad de bienestar para todos, de autogestión generalizada, sin explotadores ni explotados, con pleno derecho al placer y la alegría para hombres y mujeres.
José Luis Carretero Miramar
PD: Por cierto, lo que sí llega al mal gusto, son ciertas afirmaciones del libro sobre el feminismo y la represión estatal, en las que prácticamente se acusa de colaborar con la tortura y la violencia patriarcal a sus propias víctimas. Ahí de verdad se pasa tres pueblos. Quiero imaginar que no lo releería.